
Otra aventura de la inmortalidad
por Eduardo Galeano
en Espejos
Mauí, el fundador de las islas de la Polinesia, nació mitad hombre y mitad dios, como Gilgamesh.
Su mitad divina obligó al sol, que andaba muy apurado, a caminar lentamente por el cielo, y pescó con anzuelo las islas, Nueva Zelanda, Hawai, Tahití, y una tras otra las izó, desde el fondo de la mar, y las puso donde están.Pero su mitad humana lo condenaba a muerte. Mauí lo sabía, y sus hazañas no lo ayudaban a olvidar.
En busca de Hine, la diosa de la muerte, viajó al mundo subterráneo.Y la encontró: inmensa, dormida en la niebla.
Parecía un templo. Sus rodillas alzadas formaban un arco sobre la puerta escondida de su cuerpo.
Para conquistar la inmortalidad, había que meterse entero en la muerte, atravesarla toda y salir por su boca.
Ante la puerta, que era un gran tajo entreabierto, Mauí dejó caer sus ropas y sus armas. Y entró desnudo, y se deslizó, poquito a poco, a lo largo del camino de húmeda y ardiente oscuridad que sus pasos iban abriendo en las profundidades de la diosa.
Pero a mitad del viaje cantaron los pájaros, y ella despertó, y sintió a Mauí excavando sus adentros.
Y nunca lo dejó salir.
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