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viernes, 23 de octubre de 2009

"Ley de Medios y alineamientos políticos" por Edgardo Mocca - Revista Debate





GENTILEZA ECO Estudiantes de Comunicación



"Ley de medios y alineamientos politicos" por Edgardo Mocca* - Revista Debate


* Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales UBA

Un Gobierno debilitado por los recientes resultados electorales acaba de lograr, por amplias mayorías en las dos Cámaras, la aprobación de una ley que afecta intereses económicamente poderosos y de extraordinaria influencia en la conformación de la opinión pública. Consiguió unificar férreamente sus propias fuerzas y acordar enmiendas con espacios de centroizquierda que no forman parte de su base de apoyo. La oposición pareció mayormente concentrada en la provisión de argumentos para los planteos judiciales de las empresas afectadas.

No es sencillo explicar este giro de la situación. Ante todo, porque no se registra un considerable vuelco a favor del Gobierno en la opinión social que pueda sustentarlo. Es cierto que el actual Congreso conserva relaciones de fuerza formalmente favorables al oficialismo. Pero no hay que olvidar que en julio de 2008 el Gobierno perdió en el Senado, con su actual composición, la votación del proyecto de retenciones móviles que había sido aprobado por mayorías exiguas en Diputados. Si eso ocurrió el año pasado, ¿no podía esperarse una diáspora generalizada ante un proyecto de la sensibilidad que tenía la regulación de los medios audiovisuales de comunicación, después del contraste electoral de junio pasado?

Tal vez fueron esos cálculos lineales los que alimentaron la dudosa estrategia adoptada por los grupos mediáticos afectados por la medida. Creyeron en la posibilidad de repetir la agudeza del conflicto político desarrollado alrededor de la protesta agraria del año pasado. En este caso ya no ocuparon ni siquiera formalmente el lugar de “medios” que transmiten, aun amplificando, una reivindicación pretendidamente externa (del “campo”), sino que asumieron decididamente el rol de parte en el conflicto. En un típico juego hegemónico pretendieron colocar la defensa de sus intereses en el sitio simbólico de la defensa de intereses generales valiosos (la libertad de expresión, la democracia). En el intento, provisoriamente fallido, dejaron gruesos jirones de credibilidad y profundizaron un perfil faccioso y tan discutible ética como estéticamente.

De modo que, curiosamente, el agrietamiento de la hegemonía cultural de los grandes grupos mediáticos empezó antes de la aplicación de la ley reguladora, en el propio tramo de su discusión pública. Casi no hubo manifestación de rechazo a la ley digna de alguna mención, más allá de algún ritual discurso del rabino Sergio Bergman, en una marcha que apenas justificó algún cálculo exagerado de concurrencia y un truco fotográfico del matutino Clarín. La sociedad no creyó en la amenaza autoritaria y en “la mordaza” sobre la opinión, acaso porque cualquiera que enciende el televisor o la radio o mira de reojo el titular de un diario se da cuenta de que los supuestamente perseguidos tienen la palabra la mayor parte del tiempo.

El fracaso de la estrategia mediática no alcanza, sin embargo, a explicar el fenómeno. Porque el tratamiento de la ley de medios parecía ser la ocasión ideal para que se expresara la profundización de la diáspora peronista iniciada el año pasado. Para que el PJ entrara en estado de asamblea organizadora de la sucesión de los Kirchner y surgiera de allí una coalición y un liderazgo alternativo. No fue el caso: hasta diputados y senadores alineados con gobernadores que, como el de Chubut, aspiran a suceder al kirchnerismo votaron favorablemente la ley. La situación ya se venía insinuando en los últimos meses, desde que Eduardo Duhalde y Carlos Reutemann se cruzaron demandándose mutuamente la asunción de la candidatura presidencial y el liderazgo del peronismo opuesto a Kirchner.

Está claro que la disidencia peronista no logra romper a su favor el núcleo duro de la liga de gobernadores del PJ. Romper ese núcleo significa, ni más ni menos, que abrir paso a una centrifugación generalizada del poder político en el país. ¿Puede el peronismo sostener una situación de esa naturaleza? No puede, porque su lógica estructural es la de una federación de liderazgos locales que se sostiene, justamente, en la posibilidad de reproducir su poder en la escala provincial. De modo que la fractura entre gobierno nacional y gobiernos provinciales, y la consecuente crisis de gobernabilidad de estos últimos, amenaza la base de sustentación de esa estructura informal. Muy difícilmente podría emerger de una situación así un peronismo reunificado en condiciones de disputar el gobierno nacional. Por más que la oposición mediática se enfurezca contra la apatía de la oposición política, parece que no hay muchos gobernadores peronistas dispuestos a inmolarse en el altar de los negocios multimediáticos.

La impasse peronista condiciona todo el mapa político. Concretamente: es diferente la existencia de un peronismo disidente, contestatario del Gobierno desde fuera de la estructura formal del Partido Justicialista, que un proceso interno del partido que pueda culminar en la consolidación de un liderazgo alternativo a Néstor Kirchner.

El primero de los cursos desembocaría probablemente en una alianza de centroderecha con un cierto componente territorial peronista aunque acaso encabezado por Mauricio Macri, mientras que el segundo supondría la apertura de un capítulo “poskirchnerista” del peronismo y la clausura de las aspiraciones del actual núcleo gobernante a reproducir su dominio.

La cuestión impacta más allá de las fronteras justicialistas. Julio Cobos, por ejemplo, no puede definir su estrategia sin saber si su adversario será un peronismo unido o más de una coalición con presencias peronistas importantes. La primera configuración tiende al bipartidismo y obliga a Cobos a recostarse plenamente en la UCR. La segunda obliga y a la vez facilita al vicepresidente un juego más amplio, que incluye acuerdos con sectores peronistas y de centroderecha. Algo de eso parece subyacer a las tensiones de estos días en el radicalismo: la conducción oficial del partido ha reforzado su “antipersonalismo”; recela de los movimientos del mendocino, en cuya lealtad -váyase a saber por qué- no termina de confiar.

Hasta aquí, las tendencias que predominan desde el 28 de junio son centrífugas; el famoso 70 por ciento de los votos contrarios al Gobierno no pasa de ser un recurso retórico de los consejeros mediáticos; no se expresa políticamente. El hecho está lejos de asegurar buenos vientos para el kirchnerismo porque la opinión pública es, hasta hoy, la roca dura que no consigue remover. Pero le da al Gobierno tiempo y espacio políticos, que eran bienes particularmente escasos hace unos meses. En diciembre habrá un Congreso con una composición distinta, lo que pondrá a prueba al oficialismo y a la oposición. Habrá empezado entonces la cuenta regresiva de los alineamientos políticos hacia 2011.
El Gobierno prepara, mientras tanto, el lanzamiento de un proyecto de reforma política que tendrá influencia en los tiempos y los modos de esos alineamientos, porque devolverá a los partidos una centralidad que hoy no tienen en la resolución de las candidaturas. Como se ha visto en estos días, es mejor no dar nada por definido.



Bs. As. 23 de octubre de 2009
Edgardo Mocca - Profesor Facultad Ciencias Sociales UBA
Revista Debate

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